
El expresidente Nicolas Sarkozy, símbolo de la política francesa de los últimos 20 años, ha sido condenado en París a cinco años de prisión por conspiración criminal. La sala del tribunal quedó electrizada cuando la jueza Nathalie Gavarino, presidenta del tribunal, añadió con voz firme la orden de encarcelamiento: la primera contra un expresidente de la República.
Sarkozy fue absuelto de los cargos de cohecho pasivo y malversación de fondos, pero la condena por conspiración criminal bastó para dinamitar su aura de “intocable”. El tribunal lo responsabilizó de haber facilitado que sus allegados buscaran apoyo financiero en el régimen libio de Muamar Gadafi para su campaña presidencial de 2007.
“Dormiré en prisión con la frente en alto. Soy inocente. Esta injusticia es un escándalo. Naturalmente, apelaré”, clamó el expresidente de 70 años, levantando el tono en un hemiciclo que alternaba entre lágrimas y silencio de piedra.
Una absolución con veneno
Aunque el tribunal insistió en que no existen pruebas materiales de que dinero libio terminara financiando la campaña, la condena por conspiración marca un antes y un después. La apelación de Sarkozy abre, además, un flanco inesperado: en segunda instancia podría enfrentarse nuevamente a las acusaciones de corrupción y blanqueo, de las que hoy ha salido indemne.
Prisión con nombre propio
Sarkozy no fue arrestado inmediatamente: la orden se ejecutará en los próximos días, tras la notificación de la Fiscalía Financiera. Todo apunta a que será recluido en la célebre prisión parisina de La Santé, en su “ala vulnerable”, donde suelen alojarse figuras públicas caídas en desgracia.
El expresidente ya conocía el sabor de una condena: en diciembre pasado, el Tribunal Supremo confirmó su sentencia a tres años de prisión —uno sin libertad condicional— por el caso de las escuchas telefónicas. En esa ocasión, la edad le valió el beneficio de un brazalete electrónico. Esta vez, el destino parece menos amable.
Francia en estado de estupor
La condena de Sarkozy provoca un terremoto político. Para algunos, es la prueba de que la justicia francesa no se inclina ante los poderosos; para otros, una cacería jurídica interminable contra un presidente que aún conserva peso político y popularidad en sectores de la derecha.
En cualquier caso, la imagen del hombre que ocupó el Elíseo entre 2007 y 2012, enfrentándose a la perspectiva de dormir tras barrotes, quedará marcada en los anales de la República.
Con esta sentencia, la Francia republicana confirma que en sus tribunales ni siquiera un expresidente se libra del eco implacable de la justicia.
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