
Bulgaria decidió adelantar el Año Nuevo: no espera al 1° de enero para la entrada a la eurozona. Las explosiones ya llegaron, pero en forma de protestas. Decenas de miles, muchos de ellos de la Generación Z, salieron a las calles hartos de que el país más pobre de la UE siga tropezando con la misma piedra: la corrupción estructural que ni Bruselas ni los sucesivos gobiernos lograron despegar.
En Sofía, la plaza frente al Parlamento fue un espejo incómodo. Unos 50.000 ciudadanos gritaron “renuncia” como si el gobierno pudiese seguir haciéndose el sordo. Pancartas punzantes —“Generación Z viene”, “Bulgaria joven sin la mafia”— dejaron claro que esta no es una protesta más: es un choque generacional entre quienes quieren un país europeo y quienes administran uno detenido en el pasado.
La juventud no pidió permiso. Ventsislava, 21 años, lo dijo sin protocolo diplomático: “Queremos un país europeo, no uno gobernado por la corrupción y la mafia.” Bulgaria entra a la eurozona, sí. Pero sus ciudadanos reclaman entrar a Europa, que no es lo mismo.
El presupuesto 2026 —retirado por el gobierno a las pocas horas del estallido— fue la chispa. Un proyecto sospechado de maquillaje contable para que Bruselas no pregunte demasiado. La calle respondió sin sutilezas: “no somos la alfombra donde barren su corrupción”.
Pero la protesta se calentó. Piedras, botellas y fuego en contenedores. La policía antidisturbios devolvió gases lacrimógenos, en una coreografía violenta que ya forma parte del paisaje político búlgaro. Oficinas del DPS y del GERB fueron atacadas: símbolos, más que edificios.
Y en medio del caos apareció el presidente Radev, que debería ser neutral pero terminó apuntando directo al corazón del gobierno: pidió dimisiones y habló de una “provocación de la mafia” para enfrentar policías y manifestantes. Traducido: si aquí hay un culpable, no es la gente.
El gobierno Zhelyazkov promete ahora un nuevo presupuesto —más europeo, menos tóxico— antes de estrenar el euro. La mitad del país, de todas formas, no confía ni en el euro ni en los precios que vendrán después. Y Christine Lagarde ya les tiró un balde de agua fría: sí, la inflación puede subir.
Bulgaria quiere futuro, pero la mafia —esa que nadie nombra en las cumbres de Bruselas— no está dispuesta a soltar el volante.
La calle, esta vez, tampoco
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