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Qatargate, temporada 2: ahora con topo, reproches y diplomáticos en fuga

En la Eurocracia, cuando aparece un topo, nunca falta quien quiera convertirlo en marmota para anunciar “el fin del invierno”. Y el caso Mogherini–Sannino–Zegretti es exactamente eso: un despertar brusco en un sistema que fingía dormir.

La fiscalía europea soltó la artillería habitual: fraude en contratación pública, corrupción, conflicto de intereses, violación del secreto profesional. El menú degustación clásico de cualquier escándalo comunitario. Después de horas de interrogatorios, los tres protagonistas salieron libres y sin condiciones. Traducción: no huyan, que todavía los necesitamos para la foto del archivo.

El punto que incomoda no es la lista de acusaciones, sino la fuente. La denuncia habría salido de adentro del Servicio Diplomático Europeo. Un topo, dicen. Pero en Bruselas, donde cada oficina parece un zoológico institucional, cuesta saber si es un infiltrado, un arrepentido o un simple funcionario harto de ver cómo se compra un edificio en Brujas justo cuando se abre la licitación.

Mientras los investigadores revisan papeles, fechas y licitaciones con la precisión de un relojero belga, los implicados recitan el credo de la casa: “plena confianza en la justicia” y “estándares de integridad”. Frases tan usadas que ya deberían enviarse en plantilla automática.

La dimisión de Sannino añadió drama al guion. No esperó a que Olaf terminara de hurgar en las sospechas de favoritismo interno: presentó la renuncia con la velocidad de quien entiende que en Bruselas el último que apaga la luz siempre paga la cuenta.

Y justo cuando parecía que el clima no podía tensarse más, llegó el mail de Kaja Kallas. Una carta que, si fuera música, sonaría en tono de reproche sostenido: “acusaciones impactantes”, “integridad bajo supervisión”, ningún guiño de solidaridad. A Mogherini y compañía les llegó bien clarito: aquí cada uno se salva solo.

En el exterior, Moscú decidió practicar moderación zen. Peskov dijo que los escándalos de corrupción europeos son “un asunto interno”. Una frase que, viniendo del Kremlin, suena como cuando un pirómano promete no tocar más fósforos.

Las derechas europeas aprovecharon para pasar factura, y Fratelli d’Italia habló de “profundo desconcierto”, que es su manera diplomática de decir “se los dijimos”. La Liga, con Vannacci al megáfono, volvió a pedir la cabeza de von der Leyen, mientras Andrea Orlando —en solitario heroísmo demócrata— denunció un “ataque concéntrico de los rusos y los diarios de derecha”.

En resumen: tres investigados, un dimitido, una jefa diplomática indignada, una presidenta acorralada y un topo que todavía no dio la cara. Bruselas amaneció como siempre: proclamando transparencia… con las persianas bien bajas.

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