Uno abre un canal en WhatsApp pensando que está difundiendo noticias. Pero a veces, el canal se abre hacia uno mismo… y lo que entra no son seguidores, sino sus propios contactos, chats y mensajes familiares.
Tres celulares, tres números distintos, y un solo destino: el mismo escritorio donde conviven primos, fuentes, amigos, vecinos, el dentista, la sobrina que pide cuentos, y el lector que cree que uno es un bot.
No tengo nada que ocultar. Pero ¿qué sentido tiene cuando WhatsApp me lleva el trabajo a casa?
Tal vez los algoritmos aún no entienden que algunos seguimos creyendo en el periodismo artesanal, con fronteras claras entre la familia y la redacción.
Y si algún día las apps se dignan a respetar ese límite, por favor que avisen. Así dejo de responder “gracias por tu mensaje” al grupo de los cumpleaños.
Redacción internacional, con asistencia del Observatorio de Seguridad DigitaL
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