Misil balístico Sineva lanzado desde una posición sumergida en el mar de Barents. Foto: mil.ru
Rusia se prepara para encender su tradicional Grom —“Trueno”—, el ejercicio nuclear anual que combina submarinos, bombarderos estratégicos y lanzamientos de misiles desde tierra. Esta vez, el escenario elegido vuelve a ser el mar de Barents, una esquina helada del mapa donde el silencio y el radar son una misma cosa.
El aviso de cierre de zonas marítimas del 20 al 24 y del 28 de octubre indica que el ensayo podría producirse en cualquier momento. Moscú no lo oculta: será una prueba de fuerza integral, con lanzamiento de misiles intercontinentales desde submarinos y, posiblemente, desde el cosmódromo de Plesetsk, en la región de Arkhangelsk.
Vladimir Putin lo presentó como rutina defensiva, pero en el Kremlin la palabra rutina suele venir con ecos de advertencia. El presidente ruso ha vuelto a mencionar el desarrollo de nuevas armas, incluidas las de propulsión nuclear, como el misil de crucero Burevestnik, un espectro tecnológico que todavía nadie fuera de Rusia ha visto volar.
Mientras los técnicos preparan los sistemas de lanzamiento, los diplomáticos occidentales observan el calendario con otro tipo de ansiedad: el último gran acuerdo de control de armas, el Nuevo Tratado START, expira en febrero de 2026. Sin una prórroga, quedará abolido el último freno legal entre las dos mayores potencias nucleares del planeta.
El “Trueno” no es solo un ejercicio militar: es también un mensaje político. Un recordatorio de que Rusia mantiene su arsenal listo y que la era de los compromisos estratégicos se apaga bajo el resplandor ártico de un misil en pruebas.
El mar de Barents será, por unos días, el espejo donde el mundo verá reflejado su propio miedo.
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